En anteriores posts me he posicionado claramente en contra de la aprobación (y ni siquiera tramitación) de la disposición final de la Ley de Economía Sostenible, me he adherido al ya archifamoso manifiesto y ahora después de pasados un par de días desde la aprobación en el Consejo de Ministros del pasado viernes del anteproyecto de la citada ley me pongo manos al openoffice a redactar esta entrada.
No voy a entrar en el discurso fácil de gurús claramente posicionados políticamente, que aprovechan cualquier asunto para atacar al gobierno y que defienden el libre intercambio de contenidos excepto cuando ellos escriben un libro; ni en el discurso simple de entendidos de medio pelo que se quejan porque hace años tuvieron que pagar por un concierto a la SGAE, cuando en tal caso lo hizo la entidad donde trabajaban. Esto no es la SGAE, no es el canon. Estamos hablando de otra cosa, de la protección de una industria en vías de obsolescencia que se ampara en los creadores. Hablamos de un looby que quiere seguir con un modelo de negocio que está siendo superado por la evolución de la sociedad.
Como es de buena educación citar fuentes, me baso en una excelente reflexión realizada por Juan Freire en su blog. Su exposición se basa en cuatro pilares:
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Lo ridículas que pueden representar las medidas de control
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Una cultura cada vez más alejada de la realidad social
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La defensa de productos y modelos de negocio del pasado siglo
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El rancio corporativismo al que defiende esta disposición
Su lectura es algo más que aconsejable. Y políticamente hablando, por lo que es debatida y discutida esta ley es por esta disposición final, que poco o nada tiene que ver con la Economía Sostenible. Sí, con el sostenimiento de una industria que no quiere someterse a una necesaria reconversión.
Pero con tristeza asumo que esto sólo es el comienzo, lo peor será cuando comience su aplicación, si es que comienza.